A una semana exacta de partir para Europa era necesario emprender la ultima rodada de preparación para l’eroica. Hablando con Pate y Esteban Tamayo, quien venía de visita por el fin de semana desde Bogotá, se llegó al consenso que un buen destino podía ser la vía que conecta el municipio de La Ceja con el municipio de Sonsón, al oriente de Medellín. Era un lugar al que ninguno de los tres alguna vez había ido y que a todos nos generaba gran curiosidad.
Más allá de esto es una ruta retadora, de muchos sube y bajas y unos 140 kilómetros de extensión. Adicional mente que una ruta sea solitaria y poco concurrida por vehículos siempre es un aliciente alentador. Quedamos entonces en encontrarnos a las 7:30 de la mañana en la casa de Pate y de ahí salir en el carro con destino a La Ceja. Estaba claro que a ninguno lo estaban esperando en la casa temprano y que esta iba a ser una cosa que se llevaría todo el día. No fue sino hasta las 9:00 am que estuvimos sobre las bicis, con cascos y zapatillas puestas y sobre la carretera. Salimos tarde como lo hacen los profesionales y emprendimos rumbo.
El primer puerto de montaña del día fue el del alto de la Unión, el cual es una de las subidas más populares de todo el oriente Antioqueño por su agradable y constante pendiente, lindas vistas, ademas de su cómoda y justa extensión de siete kilómetros. En esta subida en cualquier fin de semana dado que goce de buen clima, se puede encontrar un gran numero de ciclistas de todas las disciplinas, sexo y edades. Desde jóvenes aspirantes a ciclistas profesionales que te pasan por el lado como una moto, hasta señores de más de ochenta años que se toman el tiempo para disfrutar sobre sus veteranas maquinas de acero.
El día por fortuna estaba precioso y por estos motivos se vivía una gran atmósfera para disfruta de la bicicleta, como se anticipaba habían bastantes ciclistas subiendo, tanto hombres como mujeres.
Es bueno ver que cada vez hay más mujeres practicando el ciclismo
A medida que se subía se podía ver gran parte del valle de San Nicolás, el cerro del Capiro y La ceja iluminados por los dorados rayos del sol y cobijados bajo el manto azul celeste del cielo. Fue una subida tranquila, regulada en la que me esforcé por disfrutar de la vista, saludar a las personas con las que me encontraba a lo largo de la carretera y simplemente estar ahí viviendo el instante.
Lo mismo no se puede decir ni de mis compañeros de ruta, puesto que Tamayo desde el carro había anunciado sus deseos de romper su record personal de Strava subiendo a La Uníon. Para su fortuna, justo antes de emprender el acenso saliendo de La Ceja encontró muy buena rueda en David Baquero, quien es un ciclista de unas condiciones formidables. Por su parte Pate, pese a no estar buscando RP, es un ciclista que no es muy amigo de dejarse sacar y quedar atrás, por lo que al ver que Esteban subió el ritmo, el también le subió al de el, quedando yo atrás.
Llegar al alto no presentó mayor dificultad y realmente se hizo mucho más ameno que las veces donde uno lo sube sacándose el kilo tratando de poder un buen tiempo. Cuando se detiene uno a pensarlo es algo curioso porque realmente la bici es algo que uno hace de manera recreativa, en parte por ejercicio y en otra parte por placer. La realidad es que el ciclista recreativo rara vez compite la mayor parte del tiempo se la pasa en lo que se puede considerar como «entrenando» por no decir que pasando el tiempo y disfrutando de la bicicleta. Lo curioso es que en términos de tiempo la diferencia entre disfrutar montando bien la bicicleta y sacarse el kilo en una subida en términos de tiempo puede ser de uno o dos minutos y sin embargo en lo relativo a la agonía, sufrimiento y disfrute es el día y la noche. Esto no quiere decir que no sea bueno buscar mejores tiempos (porque también hay mucha satisfacción en sentir y ver el progreso), simplemente que algunas veces ese carácter tan competitivo que se le da al deporte, desde otra perspectiva resulta un poco cómica porque al final del día no lo hacemos por profesión o por gloria, sino por simple gusto.
Con esto dicho la tienda y puestos que hay en el alto son buen punto de encuentro para verse con amistades o hablar con otros ciclistas que simplemente coinciden en este punto. Le da un espirito más social que de cierta manera es lo que en gran parte diferencia al ciclismo de otros deportes o maneras de hacer ejercicio. Esa habilidad de salir de la casa, ver paisajes distintos; poder encontrarse para hablar y compartir con personas diferentes.
Algo que se ha ido convirtiendo en una especie de tradición al parar aquí es pedir un jugo preparado con «todo», el cual consiste principalmente de jugo de naranja, banano y miel de abejas licuadas. Sin dada es un bebida con una buena carga de carbohidratos de cara a los kilómetros aún por recorrer, sin mencionar que verdaderamente deliciosa.
Luego de terminar nuestros preparados tomamos rumbo hacia La Unión por una carretera que está rodeada de pastizales de ganado y sembrados de diferentes tipos de cultivos a cada lado de la carretera. Es un paisaje lindo que contrasta con el pueblo mismo, el cual en cuanto a pueblos se refiere no es necesariamente el más bonito, pero más allá de eso siempre me ha parecido un tanto «incomodo» de cruzar tanto por sus fragmentadas como algo caóticas calles de concreto vaciado.
Pese a la relativa incomodad del paso, de los carros, motos, y peatones que poco se preocupan por mirar al cruzar la calle, este pueblo no es muy extenso lo cual hace que al final del día esta tarea sea relativamente rápida, y se pueda retomar ruta sin mucho contratiempos.
Cruzando La Unión
A unos tres o cuatros kilómetros después de cruzar la Unión, recorriendo una carretera que atraviesa una serie de colinas (y que tiene los doble-policías acostados más infames que conozco) se llega a Lácteos Buenavista. Esta es una parada casi que también obligada desde hace ya un tiempo cuando se monta por esta carretera; decir que es una fabrica de lácteos o de quesos realmente es algo que se queda corto para describir esta noble institución. Esto se debe a que producen una gran variedad de quesos y productos lácteos gourmet de estándar se podría decir que Europeo. Para ser honesto sólo he parado aquí montando en bicicleta por lo que no puedo hablar por una tabla de quesos, o la experiencia del tour de la fabrica, pero puedo decir que los waffles que acompañan con su queso ricotta y que su yogur griego es lejos el mejor yogur griego que se puede comer en Antioquia. Realmente yo no soy el fan más grande del yogur griego, pero debo decir que hay yogurt griego y luego hay yogur griego que te obliga a bajarte de la bicicleta y comerlo. Esto sin mencionar que contiene 0 gramos de grasa, 3 gramos y 15 gramos de proteína, es sin lugar a dudas algo hermoso.
Yogur griego de Lacteos Buenavista, es demasiado bueno.
Tristemente el yogur griego rápidamente se acabo y fue hora de retomar el pedaleo. De este punto en adelante la carretera se vuelve solitaria y silenciosa (lo cual es genial) y hay un paisaje hermoso para la vista y exigente para las piernas sin llegar a ser tortuoso. Es una carretera serpenteante que cada dos o tres kilómetros aproximadamente se alterna entre bajadas y subidas, las cuales no son ni muy extensas ni muy pendientes (y por lo tanto peligrosas ya que invitan al entusiasmo, a subir el ritmo y quemar pierna de manera silenciosa).
Era claro que tanto Pate como Tamayo estaban en un plan un tanto más «leñero» que yo, ayudados por la tecnología moderna de sus bicicletas de 7 kilos. Yo al principio de cada subida como que de dejaba llevar por el entusiasmo, para luego a mitad de subida recordar con el ardor en las piernas que tristemente estaba lejos de estar en igualdad de condiciones, y que la tecnología de de los años 80 me limitaba a un estilo de ciclismo más regulado y contemplativo. Por estos motivos ambos compañeros tendían a dejarme paulatinamente atrás y al cabo de un rato debían parar a esperarme un par de minutos.
A la izquierda Pate y a la derecha Esteban Tamayo
Faltando menos de 15 kilómetros para llegar a Sonsón y luego de darle la vuelta a una montaña el paisaje se abre en un amplio valle, el cual es atravesado por un río marcado por unas peñas inmensas y en el cual se puede apreciar arriba en la montaña una imponente cascada que baje por una enorme pared de roca expuesta. Al llegar al punto más bajo de este valle y cruzar el puente que atraviesa el río se emprende la última y más larga subida en el trayecto hacia Sonsón.
Es una subida de más de seis kilómetros que en algunos puntos presenta unas rampas bastante retadoras. Pese a que al principio hice mis mejores esfuerzos por seguir la rueda de mis compañeros, a menos de dos kilómetros de emprender la subida la fatiga y el ardor en mis músculos me dejaron claro que esto hoy no iba a ser una opción. Por estos motivos y con el fin de administrar mejor las cargas me bajé al último cambio que me quedaba, asumiendo un ritmo un tanto más cadencioso y una velocidad de acenso mucho más regulada.
Desafortunamente los problemas en este punto no se limitaban únicamente a lo físico, ya desde hacia varios kilómetros un problema, manifestado como un «ruidito» incomodo se hacia con cada pedalazo cada vez más perceptible. Por un momento pensé que era el eje sobre el cual van montadas la bielas, dado que los ejes en estas bicicletas clásicas van montados sobre rodamientos de esferas o «balines» y estos últimos con el uso se degradan (y virtualmente desintegran) de una manera relativamente rápida.
Sin embargo para mi sorpresa este no era la razón real problema, el cual a casi tres kilómetros de llegar a la cima del puerto de manifestó de manera abrupta, parando repentinamente toda la bicicleta y bloqueando el movimiento de la bielas. Aquello que llevaba todo ese rato haciendo ese sonido atormentador era nada más que la pacha, la cual había cometido suicidio desprendiéndose totalmente de la rueda libre sobre la cual viene acoplada (y necesita estar totalmente acoplada para funcionar).
Subida al alto del Tasajo, justo después que la pacha muriera
La realidad es que entrenar para l’eroica, más que un riguroso plan de acondicionamiento físico como el que por ejemplo se debe hacer para correr un Iron Man, se trata más de rodar y conocer muy bien la bicicleta sobre la cual se planea completar el evento. La razón de esto es que son maquinas que típicamente tienen una historia y un bagaje precedidos por varias décadas de uso (y en muchos casos abuso y abandono). Son maquinas con largas historias, que portan cicatrices de batalles y que pese a lo agradables que pueden resultar para la vista, suelen ser caprichosas e impredecibles en términos mecánicos. Entrenar para l’eroica te hace reconocer y en muchos casos apreciar todo ese desarrollo técnico que ha tenido la bicicleta de carreras en los últimos treinta o más años, los cuales para las nuevas generaciones de ciclistas como la mía se dan básicamente por sentados. Por estos motivos entrenar para l’eroica es simplemente rodar sobre la maquina para conocer sus caprichos e idiosincrasias, para acomodarse a sus incomodidades y para identificar posibles fallas y problemas que pueden terminar de manera abrupta con l’eroica misma.
Por estos motivos más que maldecir o malgeniarme por el infortunio me sentí satisfecho con que esto hubiese sucedido en esta montada, de manera inconsecuente y no dentro de dos semanas allá en Italia.
Dado el caso la única solución fue poner ambos pies en el piso, tomar el manubrio con ambas manos y emprender camino a pies cuesta arriba, para reencontrarme con Pate y Tamayo en el alto de esta subida, esperando que algún vehículo pasase y me diera un aventón hasta Sonsón. Dada la soledad de la carretera y la renuencia de la mayoría de los pocos vehiculos particulares en parar, terminé caminando los casi tres kilometros que me faltaban para llegar al final de la subida. Esto está lejos de ser lo más cómodo dado lo limitantes que son para caminar las zapatillas de ruta (ni mucho menos me quiero acordar que caminé esta distancia en una Vittoria 1976 de suela de carbón las cuales no tienen ni dos montadas), no obstante sirvió para apreciar el entorno desde otro ritmo y otra perspectiva y pensar por un rato.
Luego de lo que pareció ser casi media hora llegué al alto y ahí me senté definitivamente a esperar que pasase algún carro o bus. Para este momento ya había hablado con mis compañeros, los cuales me esperaban en el pueblo. Luego de la negativa de casi tres camionetas finalmente un mototaxi de Sonsón, el cual ocupaba una señora con su pequeño hijo paró para preguntarme si necesitaba que me llevasen.
El conductor de manera muy amable montó la bicicleta en la parrilla ubicada en la parte superior de su mototaxi y procedió a manejar de manera cuidadosa para que nada le pasase dado que no había con que amarrarla o asegurarla de manera firme a la estructura metálica. La señora y el niño de manera muy amable me abrieron espacio en la banca de atrás del vehículo, y aunque no hablamos mucho fue curioso que el niño le dijera a su mamá que a mi me conocía de la televisión (cosa que es virtualmente imposible, pero bueno, no tenía caso refutarlo).
Compañero de viaje en el mototaxi
Gracias a la salvación del mototaxi pude reencontrarme en poco tiempo con mis amigos en una pastelería justo al lado de la plaza principal de Sonsón. Debo decir que Sonsón como pueblo fue una grata sorpresa, es grande, bonito y organizado. Conserva de buena manera muchas de sus edificaciones tradicionales (especialmente en torno a la plaza principal) y se ve en términos generales en un estado considerablemente mejor a una gran porción de los pueblos que he visitado en bicicleta.
Luego de la odisea bípeda de tres kilómetros por la que acababa de pasar bajo el sol del medio día, era más que justo probar un buen bocado y un bebida fría. Viendo la oferta de la pastelería en la cual nos encontrábamos me decidí por una empanada de papa, un buñuelo y una Pony Malta (claramente los suplementes ideales para reponer sales y carbohidratos gastados). Debo decir que el buñuelo estaba bien y que la empadanada estaba gloriosa, hacía ratos no me comía una empanada así, y la Pony Malta fría simplemente es una bebida clásica y de tradición de todas las montadas.
Plaza central de Sonsón
Al pagar la cuenta y salir del establecimiento preguntamos a personas del lugar por algún taller de bicicletas donde fuese posible que me ayudaran a desvarar la bicicleta. El concenso popular fue que a unas pocas cuadras por la misma calle sobre la que estábamos había uno. Como no había de otra fue necesario empujar la bicicleta y caminar por las estrechas y pobladas aceras de Sonsón rumbo al supuesto taller.
Para mi sorpresa al llegar al lugar donde se suponía debía estar, me encontré en lugar de este con un tienda de ropa interior de mujeres donde difícilmente encontraría la atención y repuestos necesarios para salir de apuros. No obstante luego de preguntarles, las personas que atendían ese día el almacén me informaron que el taller todavía existía, pero que se había trasladado a hasta la segunda plaza del pueblo.
Después de caminar otra serie de cuadras con la bici a cuestas pude dar con la el taller, donde me esperaban mis amigos. Como ellos llegaron mucho antes dado que iban en sus bicicletas, fue bastante cómico que al entrar al almacén y le contaron al dueño del mismo sobre el problema de la pacha, este mirara de reojo sus bicicletas y les respondiera pensativo «Hmn… pero esa pacha de esas de «cassette» nuevas a mi me queda como difícil arreglarla muchachos para serles sincero». A esto mis amigos respondieron que tranquilo, que el paciente era una bicicleta de 30 años, con lo cual el buen señor cambió su semblante y dijo de manera despreocupada «ah si, esa si la arreglo fácil».
Esto fue lo que quedó de la pacha.
Al entrar al almacén rápidamente fui dirigido a donde el mecánico, quien de manera ágil desmontó la rueda trasera de la Pinarello. Lo que aconteció enseguida fue un tanto chistoso puesto que inmediatamente la pacha dejó de estar restringida por el marco, esta en pocas palabras vació sus entrañas sobre el piso del taller, todos los pequeños aros, pines y balines que contenía en su interior se desprendieron evidenciando que en este caso había sido perdida total del componente. La fascinación de ese instante fue rápidamente reemplazado por resignación y comprensión que realmente no se podía esperar mucho de un repuesto que al final de cuentas había costado 8000 pesos.
En todo caso lo importante era que toda esta situación tenía solución y que no iba a ser necesario regresar a La Ceja derrotado y en bus (aunque más adelante iba a desear el bus). El tema del arregló consto del mecánico montar la rueda en una prensa, desatornillar el pedazo de pacha que permanecía ensamblado a esta, removerla y montar otra que para mi sorpresa (y preocupación) era exactamente igual.
Esto último fue bueno porque de haber montado una de 100 mil pesos, pues simplemente no habría tenido como pagarla, pero por otro lado era una copia exacta de la misma pacha que había fallado y faltaban aún 70 kilómetros para terminar. A manera de chiste dijimos que al menos la otra había durado sus buenos 200 kilometros esta tenía que durar por lo menos lo mismo y que eso era suficiente para sacarme de ahí, eso sí, era mejor llevar repuesto a Italia y montarlo el día antes de la carrera para sacarle sus 200 a la próxima.
Con pacha nueva instalada y siendo las 2 de la tarde nos dirigimos rápidamente a la salida del pueblo, pues queríamos terminar la montada antes de que cayera el sol. En unos pocos minutos pasamos por el punto donde me había hacía un poco más de una hora recogido el mototaxi y procedimos con bajar por el puerto en donde se había presentado la falla mecánica hasta cruzar nuevamente el río que atraviesa el valle.
Era una tarde preciosa y soleada en la cual se podía apreciar toda lo sublime de el dramático paisaje que nos rodeaba. Rodar así es algo muy placentero, sobretodo cuando uno no se preocupa por la hora de llegada, por ganarle al otro o poner tiempo, simplemente se rueda y se deja que la mente divague dentro de un tren inagotable de pensamientos y preguntas. Fue solo cuestión de tiempo para que nuevamente mis compañeros con su paso y bicicletas modernas me dejaran atrás, yo tenía claro que desde que salí de Sonsón la cuestión era meramente de lograr terminar la montada, tenía la piernas fatigadas de tanto subir y necesitaba medir esfuerzos para no sufrir más de la cuenta.
Foto cortesía de Esteban Tamayo
Los próximos 10 o 15 kilómetros transcurrieron de manera tranquila hasta que me enfrenté a un largo puerto de montaña (el cual había sido un largo y divertido descenso a la ida) de casi siete kilómetros. Este verdaderamente subió la perilla del dolor y podía sentir como mis muslos quemaban, en ese punto lo único que se puede hacer aprovechando que se está virtualmente sólo en la vía, es agachar la mirada para enfocarla hacia el pavimento; simplemente salirse de alguna manera de esta realidad y entrar en un trance arrullador que lo va llevando a uno a superar cada metro de acenso.
Foto cortesía de Esteban Tamayo
Con paciencia finalmente se pudo salir y ver la cima de ese profundo cañón acompañado de un dolor de cabeza aquejador, evidencia de la inclemencia del terreno y el sol que habían pasado factura sobre mi cuerpo. Estaba algo deshidratado y necesitaba algo más que la incipiente y tibia agua que llevaba en mi bidon. Por fortuna luego de unos pocos kilómetros pude divisar tanto a Pate como a Tamayo sentados en una tienda al borde de la carretera.
Sin pola no es montada
Para estos momentos de deshidratación, en ausencia de suero la mejor bebida no resulta ser un Gatorade sino que por el contrario el cuerpo pide y agradece una cerveza fría. Es difícil de describir como después de bogarme una en ese tienda, lo bien y repuesto que me sentí. La merienda fue completada por un paquete de Doritos y una Coca-Cola para restaurar las reservas de glucosa en la sangre. Emprendimos nuevamente nuestro camino, sabiendo que ya no quedaba mucho, puesto que las partidas de Mesopotamia estaban a nuestros pies y que de ahí en adelante quedaba un tramo familiar y relativamente corto.
Con los ultimos rayos del solo pudimos subir la ultima pendiente de ese tramo y llegar nuevamente a La Unión y de ahí finalmente a la Ceja. Había sido una montada agotadora, dramática y accidentada, pero también una que genera un alto grado de satisfacción al completarla. Puso a prueba maquina, cuerpo y mente y por lo tanto me deja muy tranquilo de cara a l’eroica, puede que esta ultima tenga 60 kilómetros más que ir a Sonsón, de los cuales muchos son sobre terreno destapado, pero es una ruta mucho menos elevada y ausente de esos puertos asesinos que se hacen habituales en Antioquia. Aquí se tiene que realmente trabajar por cada kilómetro, porque casi ninguno es regalado.